Síntomas y miedos desde el test de embarazo +
Siempre quiero aclarar antes de empezar que no soy médico, así como tampoco enfermera, ni mi intención es influenciar en este sentido. Sólo hablo de mi experiencia personal. Consulta siempre con tu médico.
Después de 14 años de búsqueda, 2 IAs, 6 ciclos de FIV con 6 punciones y 10 transferencias, más un ciclo cancelado por un error de dosificación por parte de un gine, 2 abortos (uno con legrado) y finalmente ahora con mi preciosa niña de un año de edad.
He de admitir que todavía guardo los pipi-tests de embarazo de los dos abortos que tuve, junto con la ecografía del que terminó en legrado (donde se veía un hematoma retrocorial), y es que simplemente hay algo que duele tanto, pero tanto, que me impide deshacerme de ellos.
El hecho de que cuando el test da positivo, pero ecográficamente la cosa no va bien, y la clínica privada simplemente te «manda buscarte la vida para quitártelo» es desgarrador. Recuerdo que las lágrimas no caían por mis mejillas, salían disparadas, y tenía todavía que despedirme del médico, de las enfermeras, (al final no lo hice, miré al suelo y salí corriendo – estaba pagado, así que no tenía que parar a pagar en ninguna oficina adjunta) y salir por un pasillo larguísimo, cruzar media ciudad para ir a buscar el coche aparcado en un parking municipal …
Luego buscar un hospital que hiciera el legrado (menos mal que los del hospital se encargaron de hablar con mi seguro de salud), intentándolo primero por la vía química (pero tras un sangrado súper intensivo durante tres días, allí seguía agarradit@), quedando en una sala pre-operatoria donde nadie entendía porqué no paraba de llorar, anestesista, enfermeros, … Todos me miraban e intentaban evitarme, yo sólo podía taparme la cara con el brazo libre de vía y secarme con las sábanas.
Esa fue la última vez que pisé aquella clínica. Después aproveché la oportunidad de hacerlo por la seguridad social, para finalmente acabar en otra clínica privada que dio en el clavo a la primera con un sólo embrión de +3 días transferido (no porque sólo tuviera uno disponible, sino por mi analítica KIR y HLA la Dra. Inmunóloga recomendaba que fuera así, tenía que «pasar desapercibida, de incógnito» para no provocar una reacción inmunológica de rechazo al embrión).
Todo el tostón primero viene porque cuando se han sufrido pérdidas de embarazos, se entra en modo «pánico», de ansiedad por el nuevo positivo.
De hecho, un día antes de tener que hacer el test de embarazo (estaba previsto el test para el 24.12.15), manché muchísimo. Me levanté el 23 con la ropa interior con un «manchurrón» de color muy oscuro, casi negro y muy abundante. Llamé a mi marido para enseñárselo. Estaba muy decepcionada, era la primera vez que me bajaba la regla antes del test. Llamé a mi madre para decirle que no hacía falta hacer el test, que tenía la regla. Ese día fui a ayudar a un amigo a buscar a otro, que resultó que había fallecido. Me ayudó a distraerme aquél día.
La clínica insistió en que debía acudir, fui a regañadientes. Me hicieron una analítica de Beta HCG. Yo pensaba ¿para qué? ¿Es que no me creen? !sabré yo lo que es la regla!. Después fuimos (yo y mi marido) a hacer las últimas compras de Navidad ese mismo 24 de Diciembre a Carrefour. Yo maldecía la puñetera fecha en la que había caído aquella decepción.
Sonó el teléfono mientras que estaba cargando el saco de comida de perro. Ví en el móvil que era de la clínica, y sabía que no iba a poder mediar palabra, que si hablaba yo me iba a poner a llorar en medio del Carrefour y no quería. Le pasé el móvil a mi marido para que hablara él con ellos. «Si … Se lo diré … El 07 de enero … Si, por la mañana nos viene bien … Gracias». Yo pensé que era la cita para empezar de nuevo con otro congelado, pero mi marido empezó a llorar allí en medio diciéndome «eres una capulla». No entendía nada. «Dio positivo, y dicen que es una buena medida de beta, que está en más de 400» … Indescriptible ese momento, de llorar los dos abrazados, algo incrédulos todavía, súper emocionados, dándonos igual toda la gente que nos rodeaba, entre comida de animales y maletas en oferta con los puntos. Llamé a mi madre a los 20 minutos, y tampoco ella entendía nada.
Ya al día siguiente, la alegría inicial pasó de nuevo a ser ansiedad. Tenía que sobrevivir al almuerzo del día de Navidad en familia, y no tenía nada más en la cabeza que «que se quede conmigo, que se agarre fuerte, otra pérdida no puedo aguantar».
Los días siguientes hasta el 07 de Enero del 16, pasaron muy, pero que muy lentos «¿seguirá conmigo? ¿Estará bien?» Temía malas noticias. El fin de semana anterior, dando un paseo por el pueblo vecino y por su paseo marítimo con mi marido, lloraba por todas las esquinas. Tenía un miedo horroroso a la fecha que se acercaba.
Cada vez que iba al baño miraba la ropa interior, dando las gracias y rezando por no ver nada raro. Esto duró todo el embarazo.
Cuando llegamos a la consulta, no me había atrevido a maquillarme (por si volvía a llorar por malas noticias), no había apenas dormido desde tres noches atrás, estaba ya lista para ir dos horas antes, … Escuché apenas introdujo en ecógrafo vaginal que la gine dijo «tiene latido». Pero, ¿cómo lo supo?. No le puso sonido audible (para no angustiarme supongo) . Me contestó, mira cómo salta, y después le puso el sonido audible. En ese preciso momento toqué el cielo, miré a mi marido que me agarraba la mano con fuerza y le rodaban las lágrimas detrás de las gafas. Nos dió las medidas, pulso y «fotos» del ecógrafo en papel. Era grande y su corazón latía rápido.
Salí de allí como caminando en una nube de felicidad. Fuimos a comer juntos, escaqueándoos del trabajo. Estábamos exhaustos de felicidad. Para mí era una sensación extraña, muy feliz pero extraña, yo no notaba nada y algo latía dentro de mí.
Esta felicidad de nuevo sólo duraba un día, al día siguiente volvía la ansiedad. Leía por internet historias de abortos, en semana 7,8,9,12,21, … En fin, en todas las semanas. Me aterraba volver a experimentar una pérdida, y peor aún después de oír su corazón.
Sólo tenía vida entre ecografías. Me las arreglé para tener ecografías cada dos semanas, yendo a diferentes gines. Necesitaba que me confirmaran que iba todo bien.
No tenía ningún síntoma, ni los pechos aumentaban, ni los pezones cambiaban de color, ni me daban ascos, ni vómitos, ni mareos, … Nada de nada. Eso sí, en las primeras semanas dolores de espalda baja y cólicos como los que me daban cuando tenía la regla. Controlando y rezando intensivamente por no ver manchas en la ropa interior.
Lo peor que podía hacer era investigar a qué podían deberse esos cólicos por Internet, porque claro, sólo aparecían abortos como resultado.
No sabía que podía tomar, buscaba «tila y embarazo, o , tila y aborto, manzanilla, stevia, …» Todas las palabras estaban relacionadas con aborto por internet. Así que no tomé más que agua caliente con limón si tenía ganas de algo caliente.
En la semana 8 casi 9 de embarazo, la ansiedad era insoportable. Visité al psiquiatra. Tenía sueño fragmentado (me despertaba cada dos tres horas), tenía ideas recurrentes de que algo malo iba a ocurrir todo el tiempo. Me comentó que la electroterapia y orfidal daban buenos resultados. Pensé, pero si no tomo ni una manzanilla para no perjudicar al embrión, ¿cómo me habla de orfidal y/o de terapia electro-convulsiva?. Total, que salí de allí tal y como entré.
No tuve ningún síntoma en todo el embarazo, y esto me daba mucho miedo porque no tenía ninguna señal de que iba bien. Cuando buscaba por internet «embarazo sin síntomas» apenas encontraba nada.
En la semana 10, fui a urgencias porque tuve un escape de líquido (literalmente mojaba todo hasta el zapato), y pensaba que era una especie de «rotura de aguas» … Al menos me sirvió para saber que todo iba bien, su corazón seguía latiendo y se movía. Jajaja, ahora me puedo reír porque no tenía ni sentido. Esos escapes me acompañaron en todo el embarazo.
La semana 12 fue también traumática por las pruebas de screening, pensaba que algo andaría mal, ya que al no tener síntomas, sería porque no tenía un nivel alto de la hormona que miden en sangre y que mi hija vendría mal. Ya estaba preparada para rechazar la amniocentesis y aceptar una hija con algún tipo de discapacidad. No fue así afortunadamente, pero lo pasé mal. Aún peor cuando quise comparar resultados por internet y usaban distintas escalas de medición, por lo que creía que estaba muy mal la situación.
En la semana 13 agarré un resfriado, y me dio mucha tos. Fui a urgencias y me dijeron que podía tomar un antitusivo que se llamaba Romilar (lo compré y lo tengo todavía sin abrir). Lo pasé mal también pensando que con tanta tos se «desengancharía», pero no quería tomar nada, ni paracetamol para no perjudicarla. Dormía con una cebolla cortada al lado, tomaba el jugo de cebolla que había macerado con azúcar (arggg) y dejaba el humificador a mi lado.
Adquirí un doppler casero por unos 30 euros para poder escuchar su corazón cuando yo quisiera. Se podía usar este la semana 12. Era bastante difícil encontrar el latido y distinguirlo de la circulación de las arterias uterinas. Ambas tenían ritmo, pero uno hacía «pum-pum» y el otro «Shum-shum».
Yo no me atrevía a buscarlo sola por si no lo encontraba (entraría en pánico), así que le pedía a mi marido que me lo buscara él (casi siempre) o que mi madre se quedara conmigo mientras que yo lo buscaba (menos frecuentemente). Cuando viajaba en avión por trabajo después en el hotel, el doppler era lo primero que desempacaba para escuchar que seguí ahí latiendo. Si no notaba los movimientos durante un día entero, a pesar de beber el vaso de agua fría con hielo (normalmente este era un truco que funcionaba bastante bien, porque tomar algo con azúcar no era recomendable). En fin, este aparato me solucionó muchas crisis.
Recuerdo las ecografías como algo que me daba muchísimo miedo por si me deparaban malas noticias, pero cuando las superaba escuchando los gines comentando que iba todo bien, la felicidad era máxima durante el resto de ese día (sólo, no me duraba más porque a la mañana siguiente, volvían los miedos).
Sólo recuerdo que lo importante para mí es que me dijeran que su corazón latía, no me importaba demasiado si tenía diez o doce dedos, … Sólo que se moviera y latiera.
De hecho en el parto, por cesárea, lo único que necesitaba era oírla. Me daba igual si era guapa, grande, o lo que fuera, sólo quería oírla. De hecho, lloró muy pronto, y pude descansar de tantos nervios (por muy poco tiempo, ya que se la llevaron a neonatos porque tenía hipoglucemia y allí estuvo sus primeras 24 horas).
Y ahora con mi nena de 1 año de edad, los miedos aún siguen, pero son mucho más llevaderos tras superar el miedo a la muerte súbita o sids, cuya probabilidad desciende a casi inexistente después de esta edad.
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